lunes, 9 de mayo de 2016

Aprendiendo de las hormigas en innovación educativa




Llevamos algún tiempo planteándonos en nuestro grupo YSI el problema de la difusión de la innovación educativa. Y dando vueltas al asunto -como hacen las hormigas- di hace tiempo con este artículo que intenta divulgar los resultados de un estudio sobre cómo se organizan los hormigueros, y particularmente, cómo organizan su búsqueda y recolección de comida.

Básicamente, las hormiguas salen algunas solitarias a la búsqueda de comida un tanto al azar, dando vueltas a entornos cercanos. Si encuentran algo, vuelven con un trozo al hormiguero dejando un rastro de feromonas. Este rastro es el que siguen o mejor dicho, intentan seguir sus compañeras, aunque como es de una sola hormiga y además se va volatilizando con el tiempo, se pierden de vez en cuando o dan demasiadas vueltas. Conforme más hormigas se dirigen a la misma fuente, regresan con su trozo y dejan su rastro, la senda se va optimizando porque las hormigas empiezan a dejar los trazados con feromonas más débiles y van a los potentes, es decir, los más transitados.

Una vez puesto así, parece que la similitud es evidente. La innovación comienza creativamente, muy creativamente, y como una suerte de exploración que a veces no da resultado, pero cuando ofrece algún resultado, comienza de concitar la curiosidad de los demás hasta que se convierte en una moda y su realización se va simplificando haciéndose cada vez más fácil pero también alejando la creatividad de los inicios y convirtiéndose en un camino estandarizado.
No voy a hacer reflexiones optimistas o defraudadas. Se trata de una mera comparación y tanto podríamos sacar buenas como malas moralejas de este ejemplo, como dirían al estilo medieval.

Innovadores y pioneros


Para mi lectura, la que yo quiero hacer aquí ahora, la primera idea fundamental es distinguir al innovador del pionero. La primera hormiga es innovadora, y probablemente las siguientes también aunque conforme avance el cortejo cada vez podremos considerarlas menos con este calificativo, particularmente cuando vayan por segunda vez y por el mismo camino. Es posible que en algunas de esas vueltas nos encontremos con innovadoras que se cruzan con conservadoras siguiendo por el contrario las mismas directrices.
Sin embargo, pocas, si no solo la primera, puede considerarse pionera. La que localizaó por primera vez el escondite de aquella delicia. A lo mejor los primeros batallones fueron también pioneros todos, pero no todas las innovadoras que se aventuraron por aquel camino hasta entonces desconocido para ellas, habían sido de las primeras en transitarlo.
Ser pionero es arriesgado, creativo a veces en demasía, y probablemente excesivamente expuesto al fracaso. Como muchas de estas hormigas que transitando erráticamente al menos en apariencia tienen que volver al nido sin nada que llevar a la boca de las demás ni a la suya, pero exhaustas de haber trabajado por ello. Ojo: su  aprendizaje ya es el comienzo, porque deslinda lugares infructuosos y acota las búsquedas siguientes. De manera que no sólo las innovaciones educativas que ofrecen resultados son merecedoras de aprecio. También aquellas que surgieron del riesgo y de la desaforada búsqueda son la base de nuestro futuro, la de los pioneros, expuestos a las más terribles de las venganzas: o volver sin nada o que el honor se lo lleven las otras que las siguieron.

Importancia de la evaluación


Qué trágico sería que las hormigas al ver volver a la compañera con la prueba de comida, la despreciaran por neoliberal y decidieran no sólo no explorar el rastro de sus feromonas sino aconsejar a las demás que jamás buscaran comidas por aquella dirección porque es centrarse excesivamente en los resultados eficientistas. Si hay algo que se colige de las hormigas es que la innovación, más aún pasada ya la etapa de las pioneras, no anima si no hay una muestra de que merezca la pena seguirla, y ese merecimiento no está en el rastro, aún débil, sino en la muestra que la compañera trae de que el fin de su recorrido ha obtenido fruto. He ahí la prueba. La cuestión no es que sea comida; pongamos que las hormigas buscaran fiestas, felicidad o diversión y aquella pionera volviera sin una sonrisa y hasta hastiada de tedio. Nadie la seguiría. Pongamos que las hormigas buscaran justicia y la hormiga de vuelta de su descubrimiento se comportara tiránicamente. La eficiencia de la innovación educativa no está en cualquier resultado, pero sí está también en los resultados de lo que se ha propuesto. Ahora bien, si se ha propuesto riqueza y hace pobres, si se ha propuesto belleza, y produce fealdades, si se ha propuesto alegrías y produce profundísimas tristezas, ¿quién la creería? Si las innovaciones no muestran las evidencias de lo que pretendían y son reconocidas con este valor por el grupo que espera a sus pioneras, no vale la pena ni esperarlas ni seguirlas.
Y no hay evaluación más elegante y determinante que la que hace esta hormiga pionera: ¿queréis que encontremos alimento? Aquí tenéis la prueba. Si es que queréis otra cosa, yo voy y os la traigo.

Optimizar la innovación


Pero no basta con mostrar los resultados, con ofrecer una prueba de que el camino merece la pena: hay que volver a probar el camino y mejorarlo si realmente es bueno. Por eso creo que debe considerarse a las primeras hormigas totalmente innovadoras. Sí, vale, tal vez no fueron pioneras o al menos, la primera pionera, pero sí que se aventuraron por primera vez por un camino desconocido para ellas sólo por una promesa: si sigues este sendero encontrarás lo mismo que yo.
No sólo se desvían muchas del camino, sino que afrontan peligros insospechados. Peligros que pueden aparecer bruscamente después del triunfo de las pioneras y que abocará después la misma fuente de alimento al fracaso por la lluvia, por los insecticidas, por los depredadores...
No está todo hecho, la innovación no es producto del acierto de una, es producto de los desaciertos anteriores y de la colaboración posterior, es un producto social. Este ir y venir va perfilando el camino. Cierto que va limando el romanticismo del principio y volviéndolo un clásico, pero también es cierto que más compañeras del hormiguero podrán vivir gracias a ello. Cada vez será más fácil conseguir el mismo botín. El éxito hace morir la innovación pero no necesariamente su rendimiento. Claro que puede ocurrir que tanta feromona además de optimizar el camino oculte las posibilidades de alguno cercano poco transitado hacia otra fuente igual o más rica, pero mientras todas sigan volviendo con las pruebas de su esfuerzo, parecerá que merece la pena seguir ese camino.

¿Moraleja o paradoja?


Podríamos seguir y preguntarnos. ¿Seguirían las hormigas recorriendo el mismo camino si ya la fuente de alimento estuviera agotada?¿Y si estuviese envenenada? No harán los humanos algo parecido, ¿no?
¿Serán las feromonas habladurías o tuits de las redes sociales del hormiguero que confunden a seres ciegos y gregarios?¿Y si al volver hemos perdido el trozo de comida, nuestro viaje ha sido en vano?¿Y si los seres humanos comprendiéramos que vivir en ciudades, pensar que la educación es obligatoria y que las leyes hay que respetarlas es una fruslería... podríamos despreciar los hábitos sociales de las hormigas y mirarlas por encima de sus antenas?¿Necesitan las homrigas una reforma educativa?¿Necesitan siquiera una ley orgánica?¿Habrán descubierto las hormigas el aprendizaje basado en proyectos?
Son muchos interrogantes entre muchas ocurrencias de comparación y contraste, pero como en las fábulas ilustradas, que tanto recurren a animales y a insectos -¿por qué no?- algo he aprendido de ellas. De esas grandes pioneras que ponen por delante la prueba de su logro, aunque antes hayan fracado en la búsqueda, de aquellas otras innovadoras que mejoran progresivamente el camino para hacerlo más fácil a las demás, de esa otra que deambula todos los finales de primavera por mi salón acercándose a la alfombra como perdida cuando el perdido era yo que no sabía que estaba frente a una hormiga pionera, una auténtica innovadora, una verdadera maestra innovadora

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