miércoles, 19 de noviembre de 2014

La ola del experimento hola




Hace tiempo que a la idea de los abrazos gratis se añadió el experimento hola. Ahora Nescafé Italia -la publicidad siempre tan despierta- aprovecha la idea popular para demostrar y mostrar que lo que decimos no es sólo lo que pronunciamos. Los saludos deben tener un motivo como cualquiera de las expresiones y sobre todo, acompañarse de una actitud coherente. No basta con saludar amablemente si no se demuestra la amabilidad. Las palabras pueden mostrar, pero los actos consiguen demostrar.
Por cierto, recordad que en italiano "ciao" es hola; adiós se dice "arrivederci", no chao como en español.
Visto en Vecindad gráfica.

martes, 18 de noviembre de 2014

Una pared Lego para la biblioteca


No me he podido resistir a traer aquí esta pared de LEGO que inspira creatividad y acción en una biblioteca que como ocurre en el movimiento de los maker spaces (talleres o laboratorios en la biblioteca) nos trae una nueva imagen de los espacios de aprendizaje y lectura. Una biblioteca en la que como pasa con los dioramas, no sólo tienen lugar los cuentacuentos, las lecturas en voz alta o las publicaciones digitales sino que siguen abiertas a la acción, lo manual y manipulativo.

martes, 4 de noviembre de 2014

Ergonomía pedagógica: ¿hay vida en el espacio escolar?


Resulta curioso que nos preguntemos si hay vida en el exterior y no recordemos que en el interior de las aulas sí que debería haberla (y tenemos nuestras dudas de que así sea). Preocupados por el espacio estelar hemos descuidado el espacio escolar.
La ergonomía escolar se ha dedicado muy frecuentemente a estudiar los aspectos más cercanos al confort y la fisioterapia preventiva, pero poco se ha dedicado a la ergonomía congnitiva, a la mejora de la calidad en la interacción social y con el entorno físico que la ergonomía debe estudiar y asesorar en la escuela como fuera de ella.
Por esta razón quizá, también vemos una alta preocupación por las mochilas y su onerosa carga, por los problemas posturales en la silla y el pupitre, pero poco por los esquemas espaciales de aprendizaje, por ejemplo. Ya se lamentaba Montesori en su Pedagogía científica (citada por Avanzini) de que al rediseñar los pupitres, "la ciencia ha trabajado para perfeccionar un instrumento de esclavitud a la escuela".
Cierto que los aspectos ergonómicos serían cada vez más complejos de analizar por lo que yo me voy a reducir a los relacionados con la distribución del espacio interior (no, por ejemplo, a la iluminación o el ruido) y preferiblemente al aula (no a los espacios especiales como gimnasios o laboratorios, si es que los hubiera), algo que desde el punto de vista estético podríamos también definir como interiorismo escolar aunque yo prefiero llevarlo al terreno de la ergonomía para no ligarlo a una supuesta tendencia únicamente esteticista, sino de eficiencia y eficacia pedagógica y de salud laboral tanto del alumnado como del profesorado.
Hagamos un ejercicio de imaginación, nunca mejor dicho porque se trata de recrear una imagen. Si hiciéramos un esquema cenital del aula tradicional, señalaríamos unos puntos en fila (el alumnado) frente a una pared con el encerado al que se dirigirían todas las miradas en forma de flecha. O bien, ante cada punto-alumno situaríamos un libro de texto contemplado por su propietario. Sin embargo, cuando comparamos con el aula contemporánea, nos encontramos...¡Anda, pues con el mismo esquema, fíjate tú! Así que las dos funciones de utilidad espacial elementales en la escuela tradicional no sólo son limitadas, sino que parecen eternas: todos miran a la pizarra o todos miran a su cuaderno, su libro; todos mirando la pizarra digital o todos mirando su tablet, su dipositivo móvil o su ordenador. Esto sí que es curriculum bimodal con PDI. (Y que conste que debemos mucho a la pizarra, aunque probablemente mucho más a la innovación que supuso la pizarra de tiza que a la digital).
De modo que el aula TIC resulta falsa, porque aunque sea un aula de tecnología nueva, no es un aula de nueva comunicación; podríamos dejarlo en aula TI, la C le sobra, cuando no, hasta la I. De nada sirve tampoco que ahora se imponga TAC como denominación para el caso. ¡Qué poco hemos cambiado!En el caso de los espacios, viene bien aquello de cambiarlo todo para que siga igual, porque ahí anda el espacio escolar de las aulas por muy modernas que sean, siguiendo el mismo esquema ancestral.
Resulta curioso que la relevancia que se ha dado al PLE (Personal Learning Environment) convertido en ingenuidad TIC donde las haya, no ha llegado nunca al espacio físico, se ha quedado siempre en el espacio estelar, en la nube. La preocupación por los entornos de aprendizaje parece que se ha circunscrito a entornos personales y digitales, no sociales ni físicos. En una ocasión leyendo PLE de profesionales que enumeraban sus adicciones a sitios de internet, me resultó desalentador que no estuvieran ni la prensa ni el libro y no porque resultaran anticuados, sino porque evidenciaban que no leían más allá de cierta compulsión de las alertas y los follower; más aún era que no aparecieran ni las conversaciones con los compañeros de trabajo, mucho menos, con el alumnado, cara a cara.
Al final, el PLE virtual oculta la pobreza del PLE físico, convertido en un esquema repetitivo de sillas en fila mirando pantallas o escritorios domésticos igualmente monótonos debidamente modernizados en materiales y diseño.
La renovación de los espacios se hace de rogar en la enseñanza a pesar de que el ser humano es un ser espacial y que el movimiento así como la riqueza de las interacciones variadas con otros seres humanos y con los instrumentos proporciona mayor aprendizaje si se hace en contextos, situaciones y espacios diferentes, versátiles y adaptativos.
Pocos espacios se han renovado en la escuela y en general en los equipamientos de aprendizaje. Si acaso, aunque muy lentamente, uno de los espacios que más se han renovado estética y funcionalmente ha sido el de las bibliotecas. Desde diseños suaves y armoniosos como los que vemos en este post de ilia estudio de interiorismo, a esta efusividad en las formas y el color aparecidas en Voyeur design, nuevas formas de distribuir el espacio de lectura. Magnífica es esta recopilación de Maritxell Viñas de la empresa Totemguard, de cuyas propuestas destaco naturalmente el uso de las gradas de Heppell. Gradas que no son las gradas universitarias ni las comunes en palacios de congresos. Son gradas pequeñas y versátiles que pretenden no sólo facilitar la comunicación con el ponente, sino entre los usuarios de la grada, los estudiantes; hasta pretende su contacto físico, su roce, intentando terminar con la limitación de silla y mesa separada -la grada como continuum de mesa y silla- en un entorno enriquecido por la falta de rigideces posturales favorecidas por la ausencia de zapatos y los pavimentos textiles, que ayudan a la visión de una vida natural, más integrada y más sensible con el entorno palpable.
La grada ha sido un gran invento que desgraciadamente ha quedado relegado a estadios y canchas, y sobre todo, a espacios de grandes dimensiones. ¡Qué poco frecuente es una grada en un bar! Si hay algo que me guste de Patio San Eloy en la calle del mismo nombre en Sevilla es su grada para sentarse junto a personas, bebidas y comida en orden incierto, dominando con la vista todo el panorama de jamones, bullicio, camareros, montaditos y copitas; un panorama imposible en ningún otro bar. Me recuerda aquella famosa escena de El Club de los poetas muertos en que el profesor invitaba al alumnado a subir uno por uno sobre su mesa para observar cómo cambiaba la perspectiva del aula observada desde encima.
Los cambios espaciales del aula está claro que deben encarminarse a ser más socializadores, compartidos y adaptables. Socializadores porque no consistan simplemente en ordenar las mesas para formar equipos (equipos que no son equipos sino conjuntos de estudiantes trabajando cada cual en lo suyo unos al lado de los otros), sino que permitan el debate, la contraposición de opiniones, así como la observación de varias fuentes de información simultáneamente y de gran tamaño en ocasiones (varias pantallas, varios documentos, varios artilugios...a la vez). Compartidos, porque permitan al grupo dedicarse a menesteres diferentes haciendo que el espacio sea versátil como el tiempo: no todos tienen que leer en silencio a la vez, no todos tienen que escuchar una explicación a la vez; puede haber grupos que estén en debate mientras otro lee y otros discuten frente a las pantallas o redactan un borrador. (¡Qué gran ejemplo para toda la educación -incluida la superior- el trabajo por rincones de la enseñanza infantil!)
Esta permisividad frente a cierto nivel de ruido y de desorden es consustancial al aprendizaje en ocasiones. No es que no se pueda aprender en silencio y orden (debe haberlo a veces) es que no se puede aprender sólo y sólo si hay silencio y orden. El silencio y el orden pueden impedir también el aprendizaje. Y aparte de la costumbre que genera este tipo de prácticas, existen medios para conseguir espacios más compartidos, zonificando, aislando, educando en la limitación de ruido...
El aula invertida (flipped classroom) es también una forma de reorientar la utilidad de los espacios. Si en el aula convencional, se dan las explicaciones en las que todos deben permanecer callados, en el aula invertida estas explicaciones pueden darse en la casa, el entorno más propicio para el aprendizaje individual, o individualista y preferentemente silencioso, mientras que en el aula se dan las interacciones, los debates, las prácticas más dinámicas y socializadoras. Este cambio de los espacios públicos de aprendizaje tendentes a un mayor nivel de socialización, ruido y de permisividad respecto a las normas de comportamiento se da igualmente en las bibliotecas por cuanto están pasando de ser lugares de lectura a lugares para compartir lecturas, por lo que ese silencio tradicional ya no tiene tanto sentido; lógico cuando la biblioteca era el único lugar donde se encontraba el libro y se disponía de un sitio silencioso para leerlo, como ya comenté en mi artículo sobre el futuro de la biblioteca escolar, que en 4 años efectivamente está ya tocando ciertas visiones que teníamos.
Ver las fotos, las propuestas y mirar seguidamente nuestra aula y nuestro entorno puede hacernos chocar con la realidad de un abismo difícil de superar.
Lo que ocurre siempre con esto es que nos quejamos de que no tenemos recursos, no disponemos de presupuesto -¿cuándo voy yo a tener yo un aula sí, estás loco?- por lo que hablar de una clase de este tipo es poco menos que fantasía. ¡Otro autoengaño tranquilizador! Casos como el de Manuel Gil Labrador, demuestran que eso es falso, que con los mismos recursos de que dispone un centro normal, pueden no ya cambiarse, sino alterarse, crearse y recrearse nuevos espacios.


Manuel Gil Labrador nos muestra y demuestra en su artículo de Cuadernos de pedagogía (nº 448) que con pocos metros de papel continuo, cajas de folios desechadas, recortes de prensa, los bancos, las mesas y el pasillo del centro, podemos crear espacios ricos que abracen el futuro en un presente educativo low cost y cuya idea fundamental es la versatilidad del mobiliario, la movilidad rica de usuarios y la creación de zonas movibles adaptadas a proyectos con dinámicas nada monótonas.
Y no quiero que se me olvide la característica más importante aún en los espacios vivos de aprendizaje: la ausencia de un monopolio de su propiedad. Si el espacio es única y exclusivamente propiedad del profesor o profesora que lo administra, si el alumnado no puede influir sobre este espacio y cambiarlo, además de transitarlo y habitarlo, entonces no queda duda: no es mi espacio, no es mi aprendizaje, no es mi vida.
Si se tiene mucho dinero y lugar, pueden crearse sitios como One University Store, pero si no se tiene tanto, no sólo puede disponerse de un aula de recursos y experiencias como la que tiene el CEIP Laureado capitán Trevilla, de Adamuz, sino que cualquier lugar, (recuerdo ahora una experiencia de trabajo por rincones en el ginmasio de secundaria, por ejemplo), cualquier aula o pasillo, puede convertirse en un aula de experiementación, de investigación, de creación, de aprendizaje...; basta con quererlo.
Podemos mirar las estrellas, y preguntarnos si hay vida en el universo estelar, aun si la luz que vemos no es de estrellas muertas hace millones de años; pero también podemos mirar nuestra aula, nuestro entorno de aprendizaje, para preguntarnos si hay vida en nuestro universo escolar, si incluso las miradas que vemos no son miradas de pensamientos muertos, si los destellos de pantallas a que sometemos a nuestro alumnado no son también enlaces rotos de sitios web desaparecidos, y respondernos despacio si no estaría de más dar un poco más de vida, de imaginación y de estímulo al espacio en que enseñamos.

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